Nada más internarse en territorio español, incluso desde algunos kilómetros antes, la sierra de São Mamede se subdivide en dos mitades asimétricas. Al noreste, la conocida como Sierra de las Peñas; al suroeste, la denominada Sierra Fría. Entre ellas, un escasamente angosto valle por el que circula la vía que tradicionalmente ha comunicado España con Portugal desde tiempos remotos. Restos de lo que presumiblemente fue una calzada romana, no demasiado bien conservados, dan fe de ello. Por su parte, diversas trazas de pinturas rupestres confirman que los asentamientos humanos en este lugar se remontan a milenios atrás. Hecho que no resulta extraño, teniendo en cuenta las características del entorno.

Dos riachuelos se disputan el honor de haber creado tan hermoso valle. Por una parte, la rivera de Jola, que discurre hacia el sureste, siempre paralela a la frontera hispano-portuguesa, hasta desembocar más adelante en el río Gévora, ya perfectamente integrado en la cuenca del río Guadiana. Por la otra, la rivera de Avid, que nace cerca de la anterior e inmediatamente toma dirección norte para dirigirse hacia la población de Valencia de Alcántara. Tras cruzarla de sur a norte, y pasar bajo el histórico Puente de Piedra y el ferroviario Puente de Hierro, se encamina hacia los meandros del río Alburrel, donde finaliza su recorrido en plena cuenca del río Tajo. Dos trazados tan antagónicos vertebran la comarca conocida como La Campiña, que destila buena parte de la esencia valenciano-alcantarina.

Pero esto no iba de ríos, sino de sierras. La anteriormente mencionada Sierra de las Peñas, también conocida en algunos de sus puntos como Sierra de la Paja, Portilla del Jiniebro o Puerto Roque, presenta una sucesión de afloramientos rocosos a los que tradicionalmente se ha venido denominando majarretes en el entorno. Posible zona mística en el Neolítico, como lo prueban diferentes muestras de arte rupestre halladas en su trazado, aún continúa mostrando un halo de misterio a la vez que un inevitable carácter simbólico. Contribuye a ello la presencia de numerosos buitres sobrevolándola, marcando con sus vuelos en círculo la delgada línea que separa la vida de la muerte. La escalada se ha puesto de moda en este relieve apalachiano en los últimos tiempos, con diversas vías abiertas por fanáticos de esta actividad.

Frente a ella, en un reto permanente del que suele salir victoriosa debido a su majestuosidad, se alza la inmensa mole de la Sierra Fría. Elevándose hasta los novecientos setenta y dos metros en su cima, constituye el punto culminante del término municipal de Valencia de Alcántara. En sus laderas abundan los bosques de Pinus pinaster, especie que fue introducida con fines industriales hace unas décadas y a la que el pavoroso incendio que arrasó la sierra en 2003 no logró detener. Pero no solo hay pinos en la Sierra Fría. A los pies de los afloramientos rocosos que también la coronan crece una planta medicinal que los botánicos conocen como Digitalis purpurea; en ocasiones puede vislumbrarse alguna que otra especie de orquídea; y con suerte es posible detectar algún ejemplar de Drosophyllum lusitanicum, planta carnívora endémica de esta zona fronteriza.

A cobijo de la sombra que le proporciona la Sierra Fría se ubica la pedanía de El Pino, probablemente el más antiguo de los caseríos que componen La Campiña. Su denominación no hace referencia a los pinares que pueblan la sierra, puesto que su fundación, muy anterior, se remonta al siglo XIII. En el siglo XIX llegó incluso a ser un municipio independiente, integrándose en el término municipal de Valencia de Alcántara allá por 1861. En la actualidad, cuenta con apenas un centenar de vecinos y conserva una iglesia del siglo XVIII dedicada a la advocación de la Inmaculada Concepción. Frente a ella, una curiosísima vivienda de aspecto modernista aparece en un desolador estado de abandono, dando una imagen de la desidia ya plenamente arraigada en lo que se ha dado por llamar la España vaciada.