Nunca he entendido demasiado bien la inquina que buena parte de los gurús viajeros españoles siente hacia la maravillosa isla indonesia de Bali. Cuadriculados a su manera habitual, repiten hasta la saciedad el mantra es un sitio demasiado turístico, intentado convencer a sus fieles de que no viajen hasta allí y lo hagan a lugares que ellos recomiendan previo paso por caja. Se me ocurren diversas razones para ello, entre las que se encuentra el hecho de que probablemente no hayan abandonado sus tumbonas de las playas de Kuta o Nusa Dua, que les hayan regalado un batik de escasa calidad, que no hayan sido invitados y se hayan tenido que costear el viaje de su bolsillo o bien que escriban de oídas, como hacen algunos.

Líbreme Dios o la naturaleza de recomendar a nadie que viaje a un sitio determinado o, menos aún, que deje de hacerlo. Pero he de decir que mi experiencia en Bali fue inolvidable, quizás porque decidí alejarme de sus playas y concentrarme en el interior de la isla. Pocas veces he visitado un lugar de paisajes tan espectaculares, gastronomía tan exquisita y con un bagaje cultural tan extraordinario, fascinante y sorprendente, puesto especialmente de manifiesto en su incomparable danza tradicional. Quizás sea ésa precisamente otra de las razones por las que tanto gurú aborrece la isla balinesa, pues bien sabido es que en su mayoría están tan reñidos con la cultura como lo están el agua y el aceite.

Sin ánimo de intentar convencer a nadie de nada, al contrario de lo que hacen tantos, aquí os dejo quince excusas por las que volvería a Bali no una, sino tantas veces como fuera posible.

Asombrarse ante algunos de los paisajes más atractivos del mundo: Los arrozales balineses tienen merecida fama de pintorescos y ofrecen espectaculares imágenes al visitante. Y no solo eso, también presumen de un antiquísimo sistema de irrigación, denominado subak y que está declarado Patrimonio Mundial por la UNESCO.

Disfrutar de uno, o varios, espectáculos de danza tradicional: Durante mi estancia en la isla balinesa, tuve la oportunidad de asistir a demostraciones de danza legong, barong y kechak. A pesar de no ser un experto en el folklore autóctono, la delicadeza y capacidad de los intérpretes me dejó asombrado. La danza tradicional balinesa está protegida bajo la denominación de Patrimonio Cultural Inmaterial por la UNESCO.

Quedar maravillado ante espectaculares frescos: Situado en el palacio de Klungkung, antigua residencia real, el pabellón Kertha Gosa fue construido a comienzos del siglo XVIII. Los frescos que decoran su techo están pintados de acuerdo con la técnica denominada wayang, muy relacionada con el teatro de sombras. Cuentan la historia de Bhima Swarga, personaje referenciado en el Mahabharata.

Descubrir fabulosos templos hinduistas: Y es que, aunque muchos gurús lo desconozcan, en Bali se sigue practicando una variante del hinduismo más tradicional. Uno de sus ejemplos fundamentales en mi opinión es Pura Taman Ayun, templo rodeado de canales que muestra una estética insuperable.

Aprender del Bali más tradicional: No todo en la isla es hinduismo, como lo prueba el poblado tradicional de Tenganan. Sus habitantes se denominan a sí mismos Bali Aga, es decir balineses tradicionales, y mantienen costumbres y ritos que refieren al periodo prehinduista, como la denominada geringsing, que mantiene a los espíritus impuros fuera de la aldea.

Ver delfines en Lovina: Lovina es una playa situada al norte de la isla, exactamente en el punto opuesto de donde suelen dirigirse los turistas australianos en busca de cerveza barata. Todavía es posible salir desde allí a bordo de una embarcación tradicional en busca de delfines y, lo que es mejor aún, disfrutar de sus espectaculares saltos a corta distancia.

Visitar un templo rodeado de murciélagos: Pura Goa Lawah es un templo tan peculiar que está situado en una cueva donde viven miles de murciélagos. Y no, no es un atractivo turístico, sino uno de los seis templos sad kahyangan, los más venerados de la isla. Si te acercas y tienes suerte lo mismo logras evitar sus deyecciones, aunque entre tantos las probabilidades son más bien escasas.

Contemplar un volcán en actividad: ¿Creías que eso de los volcanes activos se limitaba a Centroamérica o Islandia? Pues no, el denominado Gunung Batur es un volcán tan en activo que la última erupción tuvo lugar hace unos quince años. De casi dos mil metros de altura, tiene dos calderas y en la parte sur de una de ellas se sitúa un lago de agua dulce, denominado Danau Batur y de casi veinte kilómetros cuadrados de extensión.

Extasiarse ante una puesta de sol: Pura Luhur Uluwatu, templo localmente denominado ulu watu, que significa cabeza de la roca, es famoso por las puestas de sol cuya contemplación permite. Es también uno de los nueve sad kahyangan y fue construido en el siglo XI sobre un acantilado de setenta metros de altura. Su proximidad a los centros turísticos lo hace ser más visitado que otros, pero aun así merece la pena llegar hasta él.

Cruzarse con un extraño desfile: Bali suele ser escenario de extraños desfiles que parecen celebrarse a todas horas y en cualquier lugar. No es difícil, por consiguiente, cruzarse con alguno de ellos. Aunque pueda parecer que son manifestaciones, debido al aspecto incluso grotesco de alguno de los asistentes, en realidad suelen estar relacionados con motivaciones religiosas.

Introducirse en los dominios del rey león: Singaraja es una localidad situada al norte de la isla que presume de larga historia a la vez que de diversos puntos de interés. Uno de ellos es Pura Beji, templo situado a las afueras de la villa y considerado uno de los más antiguos de Bali. Destaca por sus grabados, en cierto modo parecidos a los de otros famosos templos hinduistas como los de Angkor.

Admirar la perfección de un meru: En Bali se conoce como meru a una especie de pagoda a la manera de torre que se utiliza con motivos religiosos. Las hay de diversos tamaños por toda la isla, pero una de las más destacadas es la dedicada a Shiva en el templo Ulun Danu. Consta de once pisos y es el símbolo de este santuario situado a mil doscientos metros de altitud junto al lago Bratan.

Entrar en contacto con un templo del agua: Al igual que el anterior, Pura Tirta Empul es uno de los templos asociados a la cultura del agua tan característicos de la isla balinesa. Escasamente visitado por los turistas, resulta todo un espectáculo ver a los locales realizando extrañas ceremonias en contacto con el líquido elemento con el fin de purificar su cuerpo y, sobre todo, su alma.

Practicar el rafting en el río Ayung: No todo va a ser quedar fascinado con el asombroso espectáculo cultural que representa la isla de Bali, también queda tiempo para dedicarlo a diversas actividades físicas. Una de ellas es el rafting, que puede ser practicado en ríos como el Ayung, no demasiado lejano de la localidad de Ubud.

Y, cómo no, ir a la playa: Aunque no sean las mejores que he visto y frecuentemente estén llenas de turistas, al menos en la zona sur de la isla, en Bali también hay playa. Aunque, si me permitís un consejo y prometéis guardarme el secreto, para pasar un par de días tumbado al sol yo me desplazaría hasta la vecina isla de Lembongan, cuyos arenales son bastante más atractivos y, especialmente, mucho más tranquilos que los de su hermana mayor. Al menos, eso es lo que pienso hacer cuando llegue el esperado momento de volver a la isla de los dioses, aunque a los gurús les pese.

Actualización en octubre de 2022

Lucir batik: El batik es un procedimiento para teñir tejidos habitual en diversas zonas de Asia y muy popular en algunas islas indonesias. Aunque en Bali su uso no sea demasiado común, es posible apreciarlo en las coloridas vestimentas de las bailarinas o en los ropajes empleados para ciertos ritos. Y si la indumentaria del visitante no es la más adecuada para acceder al interior de un templo, siempre es posible que le presten algún tejido coloreado mediante esta técnica que se lo permita.