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Qué ver en Marrakech

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Localizada en la vertiente sur de la cordillera del Atlas, Marrakech es la más renombrada entre las cuatro capitales imperiales marroquíes. Sus orígenes se remontan a la segunda mitad del siglo XI, cuando fue fundada por el primer emir almorávide con el propósito de controlar a las caravanas que cruzaban el Sáhara. Desde ella, los almorávides dominaron el resto del actual Marruecos e incluso dieron el salto a la Península Ibérica. No les duró mucho la alegría, sin embargo, pues menos de un siglo más tarde otra tribu bereber, los almohades, asediaron la población y la conquistaron. Ciento treinta años después llegaron los benimerines, quienes a su vez fueron reemplazados por los saadíes a mediados del siglo XVI. En la segunda mitad del siglo XVII se hicieron con el poder los alauitas, que siguen gobernando Marruecos en la actualidad.

Todas estas dinastías han dejado su impronta en mayor o menor medida en la medina, que es como localmente se denomina al casco antiguo de la ciudad. Numerosas edificaciones históricas aparecen dispersas en el interior del recinto amurallado de la población, salpicando el intrincado laberinto de callejuelas que lo conforman. Prácticamente todas ellas presentan una tonalidad rojiza al haber sido utilizado en su construcción el sustrato de color ocre habitual en la zona, lo que le ha valido a Marrakech el apodo de ciudad roja. Palacios y mezquitas se alternan con mausoleos y madrasas, sin olvidar museos como el interesante Museo de Marrakech, que alberga una atrayente colección de caligrafía árabe.

No debería obviarse en Marrakech la excelente gastronomía local. Basada en la dieta mediterránea, ofrece platos tan suculentos como el tajine, el hummus, la pastilla, la harira o el cuscús. Una vez repuestas las fuerzas, el visitante estará listo para recorrer una ciudad cuyos principales focos de interés mostramos a continuación.

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Plaza Jemaa el-Fna: Aunque suene a tópico, todo viaje a Marrakech debería comenzar con una visita a la famosa Plaza Jemaa el-Fna. De considerables dimensiones, constituye el centro neurálgico de la población, a partir del cual se ramifican innumerables callejuelas que llevan hasta los lugares más recónditos de la medina. A pesar de que las edificaciones que la rodean no resulten demasiado monumentales, la plaza Jemaa el-Fna es, dicho con toda propiedad, el corazón de la ciudad.

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Espacio cultural de la Plaza Jemaa el-Fna: Siguiendo con los tópicos, la visita a la plaza Jemaa el-Fna debería hacerse a la caída de la tarde. Es entonces cuando la fauna diurna, consistente en vendedores de artículos de todo tipo, va siendo reemplazada por una exótica fauna nocturna, cuyos exponentes van desde los músicos tradicionales a los encantadores de serpientes, pasando por una innumerable sucesión de insólitos personajes. Aunque para muchos resulte un espectáculo demasiado turístico, para mí es fascinante.

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Mezquita Koutoubia: No lejos de la renombrada plaza se encuentra la mezquita aljama de Marrakech, localmente denominada Koutoubia. Fue construida por los almohades a mediados del siglo XII, poco después de arrebatarles el poder a sus rivales almorávides. Sobresale su minarete, que se eleva hasta los setenta metros de altura y sirvió de modelo a los propios almohades para erigir el alminar de la entonces mezquita mayor de Sevilla, más adelante reconvertido en campanario de la catedral sevillana y mundialmente conocido como Giralda.

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Mezquita al-Mansour: Nadie duda de que la Koutoubia es la mezquita más célebre de Marrakech, pero la vistosa Mezquita al-Mansour no se queda atrás en cuanto a interés. Fue edificada a finales del siglo XII por encargo de un califa almohade y se la conoce localmente como Mezquita de la Kasbah, al estar situada en una zona enrevesada de la medina. Su función era la de servir como lugar de oración para la familia del califa y sigue gozando de gran popularidad entre los vecinos.

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Bab Agnaou: También de origen almohade es Bab Agnaou, uno de los diecinueve accesos que dan paso al interior del recinto amurallado de la ciudad. Su edificación tuvo lugar a finales del siglo XII y debe su nombre al hecho de mirar hacia el sur, donde moraban los habitantes del desierto. Decorada con arabescos y citas del Corán en escritura kúfica, está considerada la puerta más atractiva de Marrakech.

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Qubba al-Ba’adiyyin: Pocas edificaciones almorávides quedaron en pie cuando los almohades conquistaron la población. Probablemente la única que ha llegado hasta nuestros días sea la denominada Qubba al-Ba’adiyyin, cuya construcción fue realizada en algún tiempo indeterminado del siglo XI. Es, por consiguiente, el edificio más antiguo de Marrakech y al parecer servía para las abluciones de los fieles que se dirigían a rezar a una mezquita cercana.

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Medersa Ben Youssef: La bellísima edificación localmente conocida como Medersa Ben Youssef data del siglo XIV, cuando los benimerines gobernaban la ciudad. Primorosamente decorada a base de azulejos y estuco, podía alojar a cerca de un millar de estudiantes coránicos, por lo que seguramente era la madrasa más grande del norte de África en la época. Estuvo en funcionamiento hasta los años sesenta del siglo XX y actualmente resulta una visita imprescindible en Marrakech.

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Tumbas saadíes: Otra visita sine qua non en Marrakech son las denominadas tumbas saadíes. Inicialmente diseñadas como mausoleo, finalmente se convirtieron en un cementerio debido al número de personas allí enterradas. Como su nombre indica, fueron realizadas en el siglo XVI por encargo de un dirigente saadí con el fin de servir como sepultura para él mismo y su madre. Abandonadas en el siglo XVIII, fueron recuperadas y restauradas en el siglo XX.

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Palacio Bahia: Ciento sesenta habitaciones y ocho mil metros cuadrados de jardín tiene el exuberante Palacio Bahia, concebido para ser el recinto palaciego más grande del mundo. Fue edificado en dos fases durante la segunda mitad del siglo XIX, cuando la dinastía alauita ya llevaba siglos instaurada en Marruecos. De su grandiosidad da idea el hecho de que todas las dependencias están situadas en la planta baja, para evitar que su propietario, el gran visir del sultán Abd al-Aziz, tuviera que subir escaleras.

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Zoco de Marrakech: Gran parte de la medina está ocupada por un inmenso zoco, cuyo origen se remonta varios siglos atrás. Incluyendo la propia Plaza Jemaa el-Fna y sus alrededores, está subdividido en zonas que dependen del género que se ofrece. Con el tiempo ha influido incluso en la denominación de calles y plazas, que han adoptado nombres relacionados con la actividad comercial que en ellas tiene lugar. Si el visitante desea adquirir algún producto en cualquiera de los innumerables tenderetes que se abren a su paso deberá ser tan avezado en el regateo como lo son los clientes habituales y los propios comerciantes. En caso contrario, conocerá de primera mano las triquiñuelas de la vida cotidiana en Marrakech.

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