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Qué ver en París

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Etimológicamente hablando, el nombre de París proviene del pueblo celta de los parisios, establecidos alrededor del siglo III a.C. en ambas orillas del Sena, concretamente en las inmediaciones de la conocida como Île de la Cité. Según una teoría surgida en el siglo XVIII, el término latino parisii estaría relacionado con el de la diosa egipcia Isis, debido a una estatua de ésta que se encontraba en la parisina iglesia de Saint-Germain-des-Prés. Sin embargo, esta hipótesis ha quedado descartada con el paso del tiempo y en la actualidad es más relacionado con la raíz gala pario-, que significa caldero.

Aproximadamente dos siglos más tarde, tropas romanas al mando de Julio César se apoderan de la población y establecen un oppidum al que se dio el nombre de Lutetia Parisiorum. En aquella época la localidad era más conocida como Lutecia, pero la denominación de París se impuso a partir del siglo VI, cuando en ella se estableció la capital del reino de los francos. Destruida en parte por los normandos, en los siglos XIII y XIV fue poderosamente amurallada y a finales del siglo XVI se conformó Place des Vosges, la plaza más antigua de la ciudad. A partir de entonces, su crecimiento, tanto arquitectónico como demográfico y económico, fue exponencial y París se fue convirtiendo en una de las ciudades más importantes del mundo. Actualmente, su área metropolitana cuenta con unos doce millones y medio de habitantes y su relevancia cultural, financiera, artística, gastronómica y turística es indudable.

Resulta tremendamente difícil escribir acerca de un lugar sobre el que se ha dicho ya todo. París es una ciudad de sobra conocida, sobre la que han corrido ríos de tinta y se han descubierto hasta los más escondidos rincones y los más nimios detalles. Ante la práctica imposibilidad de sacar a la luz nada oculto ni de desvelar ningún secreto, intentaremos proporcionar una visión particular sobre la destacada, envidiada, afortunada y quizás un tanto sobrevalorada urbe parisina.

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Île de la Cité: Tradicionalmente considerada el epicentro de París, la denominada Île de la Cité es apenas un islote sometido a las embestidas de las aguas del Sena. Sin embargo, en ella lucharon encarnizadamente Vercingétorix y Julio César por su posesión a mediados del siglo I a.C. En la actualidad concentra algunos de los monumentos más importantes de la ciudad, destacando la Catedral Notre-Dame y la Sainte Chapelle.

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Catedral Notre-Dame: Edificada entre mediados del siglo XII y mediados del siglo XIII, la Catedral Notre-Dame es una de las construcciones góticas más reconocidas. Sin embargo, y al contrario de lo que muchos piensan no fue la primera obra en ese estilo, privilegio que corresponde a la no demasiado lejana catedral de Saint-Denis, localizada a las afueras de París. Poco más hay que añadir sobre un templo tan emblemático como éste.

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Crédito: Pedro Szekely

Sainte-Chapelle: También gótica y situada muy cerca de la anterior, la Sainte-Chapelle fue construida en el siglo XIII con el fin de albergar diversas reliquias del martirio de Jesucristo, entre ellas la corona de espinas. Se diseñó de acuerdo con una variante del gótico a la que se conoce como radiante o manierista y está considerada como la obra culmen de este estilo. Consta de dos plantas, la inferior planificada para servir como soporte a la superior. Las vidrieras de esta última no tienen parangón en la época.

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Iglesia de Saint-Germain-l’Auxerrois: Cruzando el denominado Pont Neuf, que a pesar de su nombre es el más antiguo de París, el viajero casi se da de bruces con la iglesia de Saint-Germain-l’Auxerrois. A pesar de que la mayoría suele pasar de largo, el templo tiene su interés. No en vano fue originalmente construido en el siglo VII, aunque en su versión actual lo más antiguo del edificio es el campanario románico, datado en el siglo XII. La otra torre, de aspecto más ostentoso, fue erigida a mediados del siglo XIX.

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Museo del Louvre: El mencionado templo está prácticamente pegado al famoso Museo del Louvre. Resulta muy complicado escribir sobre este lugar algo que no se haya dicho en innumerables ocasiones más. Por dar algunos datos, en sus más de doscientos mil metros cuadrados de superficie se exhiben cerca de cuarenta mil obras, aparte de cerca de cuatrocientos mil objetos de diversa procedencia. Con indicar que es el museo de arte más visitado del mundo ya queda todo claro.

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Pont des Arts: Una vez visitado ese inolvidable museo se tienen básicamente dos opciones. Si se decide cruzar a la otra orilla del Sena, lo mejor es hacerlo por el puente peatonal denominado Pont des Arts. Precisamente fue el Louvre, anteriormente conocido como Palais des Arts, quien le dio nombre. Inicialmente construido en los primeros años del siglo XIX, fue el primer puente metálico de París. Su versión actual es de las últimas décadas del siglo XX, tras ser desmontado debido al choque de una barcaza que lo dejó inutilizable.

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Place de la Concorde: Si se decide permanecer en esta orilla lo mejor es dirigirse hacia la cercana Plaza de la Concordia, pasando junto al denominado Arco de Triunfo del Carrusel y el jardín de las Tullerías. Segunda plaza más grande de Francia tras la Place des Quinconces en Burdeos, en ella destacan edificaciones como el lujoso Hotel Crillon; fuentes como las Fuentes de la Concordia; y, especialmente, el famoso obelisco, traído desde Luxor en la primera mitad del siglo XIX.

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Iglesia de La Madeleine: A tiro de piedra de este lugar, en una plaza vecina conocida como Place de La Madeleine, se encuentra un extraordinario ejemplo de arquitectura neoclásica. La iglesia de La Madeleine fue proyectada por el mismísimo Napoleón Bonaparte, que pretendía construir un templo griego en honor del ejército francés. Más adelante rectificó y decidió que fuera una iglesia, tal y como estaba previsto en el proyecto inicial. Las obras se dieron por concluidas a mediados del siglo XIX y el resultado se consideró la edificación religiosa más importante de la época.

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Campos Elíseos: Apenas un par de minutos se tarda en retroceder hasta la Plaza de la Concordia, donde dan comienzo, o terminan, según se mire, los muy renombrados Campos Elíseos. Se conoce como tal a una avenida de unos dos kilómetros de longitud que llega hasta el archiconocido Arco de Triunfo. El nombre de la vía proviene de la mitología griega y refiere al equivalente al Paraíso en ella.

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Arco de Triunfo: Recorrer a pie los Campos Elíseos es una actividad que le recomendaría a cualquiera. Más aun cuando el premio que espera es la contemplación cercana del hiperfamoso Arco de Triunfo. Encargado también por Napoleón Bonaparte, fue erigido en la primera mitad del siglo XIX y su propósito era el de conmemorar la victoria de las tropas napoleónicas en la batalla de Austerlitz. Mide cincuenta metros de altura y responde de manera adecuada a los delirios de grandeza de su creador, que se consideraba a sí mismo una suerte de emperador romano.

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Torre Eiffel: Nada menos que doce avenidas parten desde, o llegan hasta, la Place de l’Étoile, que es como se denomina la rotonda donde está situado el Arco de Triunfo. En nuestra opinión, lo más adecuado es bajar por la denominada Avenue Kléber, que lleva al viajero hasta los jardines de Trocadéro. Una vez cruzados y admirados éstos se tiene a la vista el Pont d’Iéna, por el que conviene pasar al otro lado del Sena, puesto que en la otra orilla se encuentra la súper, híper, archiconocida Torre Eiffel. ¿Algo que no se haya dicho ya sobre ella? Creo que nada.

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Los Inválidos: Desde la base de la Torre Eiffel se extiende el jardín conocido como Campo de Marte. Un paseo en este lugar siempre resulta agradable y cuando se llega al extremo opuesto se vislumbra la cúpula dorada de Los Inválidos, situada algo a la izquierda. Antigua residencia para veteranos inválidos de guerra, en la actualidad contiene diversos museos además del mausoleo de Napoleón Bonaparte.

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Gare d’Orsay: Tomando la Avenue du Maréchal Gallieni se alcanza la orilla del Sena en el denominado Quai d’Orsay. Conviene encaminarse hacia la derecha, de manera paralela al río. En pocos minutos se llega hasta la antigua estación ferroviaria conocida como Gare d’Orsay, que en la actualidad alberga un completísimo museo especialmente enfocado hacia la pintura impresionista.

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Musée d’Orsay: Resulta difícil describir con palabras esta espectacular pinacoteca. Inaugurada hace menos de cuatro décadas, ha conseguido reunir en tan poco tiempo la colección más completa de pintura impresionista y postimpresionista que existe. Los calificativos se quedan cortos ante la visión de maravillosas obras de Monet, Renoir y Van Gogh, los tres grandes, a las que se suman otras no menos valiosas de Courbet o esculturas de Rodin. Imprescindible.

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Instituto de Francia: Siguiendo a lo largo del río, una vez recorrido el conocido como Quai Voltaire, se alcanza la edificación sede del Instituto de Francia. Situada justo al otro lado del anteriormente mencionado Pont des Arts, se trata de una construcción del siglo XVII, rematada por una característica cúpula y que alberga cinco academias francesas. Entre ellas la de Ciencias y la de la Lengua, que se encarga de regular y perfeccionar el idioma francés.

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Iglesia de Saint-Julien-le-Pauvre: Desde ese punto se tiene una excelente visión de la Île de la Cité y si se continúa en dirección a ella, se termina alcanzando la iglesia de Saint-Julien-le-Pauvre, situada justo enfrente de la Catedral Notre-Dame. Desconozco si esto es casualidad, pero este pequeño templo, que siempre pasa inadvertido, pasa por ser la iglesia más antigua de París. Originalmente construida en el siglo VI, su versión actual data del siglo XIII y está dedicada al culto greco-católico desde finales del siglo XIX.

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Basílica del Sagrado Corazón de Montmartre: Una visita a París no estaría completa sin subir a Montmartre, colina de unos ciento cincuenta metros de altura situada algo al norte de la ribera del Sena. En ella se encuentra la fabulosa Basílica del Sagrado Corazón, cuya blanca cúpula destaca con rotundidad en su entorno. Fue construida a caballo entre los siglos XIX y XX, con fondos procedentes de una suscripción popular. Antiguo refugio de bohemios y artistas, Montmartre concentra todavía buena parte de la imperecedera esencia parisina.

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